El Cultural
ORLANDO FIGES
Fue en 1725 cuando Giambattista Vico publicó Principi di scienza nuova, iniciando sobre el verum ipsum factum la filosofía de la Historia. El escritor italiano desbrozó un camino que iluminó los siglos posteriores. Se trataba de estudiar el ser histórico en sus principios profundos como ente metafísico. Varias docenas de filósofos e historiadores pisaron las huellas de la gran obra de Vico. El neerlandés Johan Huizinga elevó a la cumbre el estudio de la Historia por sus causas primeras en El otoño de la Edad Media y en Homo Ludens. Oswald Spengler con Los años decisivos y sobre todo con La decadencia de Occidente consolidó la ciencia nueva, Ortega y Gasset la impregnó en una parte de su obra al estudiar el ente histórico desde la Metafísica general, desde la Ontología. Y, sobre todo, Arnold J. Toynbee en su libro monumental Un estudio de la Historia, a pesar de las reticencias de Ortega, elevó el ser histórico a la máxima expresión ontológica. Pensé yo al iniciar la lectura de Los europeos que Orlando Figes se instalaría en la ciencia nueva de Giambattista Vico. Me equivoqué. Figes escarcea sobre la filosofía de la Historia, pero lo que ha escrito es una espléndida crónica periodística sobre la cultura de la Europa del siglo XIX. Subraya en ella, en torno a la invención del tren, que “muy pronto hubo ferrocarriles atravesando las fronteras nacionales por todas partes. Se había iniciado una nueva era para la cultura europea”. Siendo el tren definitivo en la Europa del XIX, tal vez tiene por delante el descubrimiento de la electricidad y con él la comunicación instantánea. Una orden de la Reina de Inglaterra tardaba en llegar a Washington dos meses; una decisión del Rey de España suponía un cuatrimestre para que se conociera en Lima. La electricidad alcanzó la inmediatez en la comunicación. Alemania, Francia, Inglaterra, Italia y Rusia forman parte de la cultura europea minuciosamente estudiada por Figes. España, no. En su libro ni siquiera cita a Goya, a Galdós, a Becquer o al Gaudí liminar que tentaba ya en el siglo XIX los músculos de Dios. En cambio, una española, la soprano Paulina García, luego Pauline Viardot es una de las tres protagonistas del libro junto a Iván Turguénev y Louis Viardot, destacado intelectual que se enamoró locamente de nuestra cantante de ópera. Orlando Figes acierta al elevar la ópera del siglo XIX por encima de todas las expresiones culturales. En las capitales europeas, el centro de las manifestaciones artísticas fueron los teatros de ópera, que en el siglo XXI conservan su alta dimensión, aunque carezcan de la significación que tuvieron en el XIX. Casi todos los grandes nombres de la cultura, alemanes, ingleses, franceses, italianos y rusos, desfilan, a veces con palabras encorvadas, por la ingente obra de Figes. Los analiza de forma profunda, aunque tal vez sobra la acumulación de relatos menores y anécdotas hueras. Figes afirma que en el San Petersburgo del siglo XIX “había al menos una decena de fabricantes, que estaban protegidos por estrictos aranceles a la importación”. Pauline y su marido, en compañía a veces de Turguénev y su perro Pegaso, recorren los teatros de Europa y tratan a personajes que hoy deslumbran y entonces empezaban a conocerse. Larga es la caravana de los nombres de la cultura que desfilan por la obra de Figes: Paganini, Rossini, Gautier, Musset, George Sand y la Malibran, hermana y rival de Pauline en la ópera. También la soprano Giulia Grisi que pagó una claque para que se abucheara a Pauline. Sin éxito. No pudo hundirla. La soprano española trató también a Dickens, a Chopin, a Delacroix, a Meyerbeer, a Víctor Hugo, a Carlos Marx, a Balzac, a Zola, a Verne, a Wagner, a Bellini, a Verdi, a algún político mansurrón y lanar… Y no terminan ahí los nombres que vertebran la cultura europea del XIX, y que la soprano española conoció: Offenbach, Rodin, Bizet, Thomas Mann, Baudelaire, Berlioz… Y Flaubert, el escritor por encima de las vanidades, zarandeado por el viento que bordonea el mar, afirmó: “Nunca han existido grandes hombres vivos. Es la posteridad la que los ha hecho grandes”. Volvemos, en fin, a la filosofía de la Historia. Orlando Figes recoge esta frase profunda sobre lo que debe ser el Viejo Continente: “Ningún europeo puede ser enteramente un exiliado en ninguna parte de Europa”. Seguir leyendo
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